viernes, 23 de agosto de 2013

Un último segundo, un recuerdo para siempre.


En un segundo se puede decidir si morir o vivir, si vive o si muere. En un segundo se juegan las últimas cartas, en un segundo la vida puede dar un giro sorprendente. Nunca vas a olvidar ese interminable segundo que se lleva lo más importante en tu vida.


Aun recuerdo cuando íbamos de la mano por el pasillo en dirección a la consulta. Aquel día conoceríamos el sexo del bebé. Ella estaba hermosa, con una sonrisa que iluminaba su rostro, yo en cambio parecía un manojo de nervios, había asistido con ella a las últimas ecografías pero aquella era diferente, me sudaban las manos pero no soltaba su mano. Por mi mente pasaban miles de pensamientos. Todavía no habíamos hablado del nombre, eso era… ¿Cómo la íbamos a llamar? ¿Ella habría pensado en algo? Me lo habría dicho. Yo intentaba calmarme, todavía no sabíamos si iba a ser niño o niña, el nombre podía esperar. Ella, que intentaba mantener firme el anclaje de nuestras manos me miró y sonrió haciendo que me relajara. Me conocía, sabía que con un solo gesto podía llegar la calma a mí, y así fue.

Ya en la consulta la doctora nos preguntó si estábamos preparados. Preparados no, ansiosos, pero su respuesta me sorprendió. ¿Cómo que no quería saberlo? ¿Cuándo lo había decidido? Intento convencerme de que sería más emotivo saberlo el día del parto, que más nos daba esperar unos meses más, seria enternecedor esperar, y me convenció.

Pasaron los días y reíamos sobre el nombre. Si era niña no quería que se llamara como ella, no le gustaba que el nombre pasara de madres a hijas. Estaba claro, le gustaba cualquier nombre menos el suyo. Decidimos que tanto si era niña como si era niño decidiríamos el nombre en el momento que naciera.

Ya quedaba poco para que diera a luz, y conforme se aproximaba el parto ella lo pasaba peor, tenía fuertes dolores pero la doctora aseguraba que eran normales, estaba a días de dar a luz y su embarazo fue complicado desde los primeros días. Le mandó reposo absoluto, y yo me aseguraba de que lo cumpliera, algo que no era muy difícil ya que casi no podía moverse. Yo pasaba las horas junto a ella. Juntos recordamos los momentos que habíamos vivido juntos. Ella no dejaba de reír y yo disfrutaba viéndola sonreír, se le notaba que era feliz. Mis recuerdos se encaminaron a la primera vez que cruzamos una mirada, que duró un segundo, pero en esa mirada se concentraba todo un mundo, todo un universo. A partir de entonces supe que sería alguien muy especial para mí. Pero esto no se lo comenté, no quería que se burlara de mí, aunque sabía que nunca lo haría, ella sabía que era una persona sensible, todo para mí era ella y mi hijo. 

Aquella tarde cuando por fin se durmió fui a darme una ducha y enseguida me encontraba de vuelta con ella. Entré en la habitación y la encontré sentada en el suelo con cara de dolor. Rápidamente me puse a su lado y la ayudé a incorporarse.

-… he roto aguas, está en camino. – La agarré con fuerza para que no se cayera por lo débil que se encontraba y entré en el coche para llevarla a la consulta. 

El dolor cada vez era más intenso, lo podía notar en su rostro. La mueca de dolor no desaparecía, aun así no dejaba de sonreír. Llegando a la consulta me miró. 

-Te quiero. – Susurró. 

La besé y sentí como decía la verdad, se encontraba débil pero tenía la necesidad de decirlo. Había momentos en los que las palabras sobraban, ambos sabíamos que estábamos enamorados el uno del otro. Con una mirada nos bastaba, habíamos aprendido a saber lo que sentía el otro con solo mirarlo. Éramos perfectos el uno para el otro. 

Cuando llegamos a la consulta, la doctora lo tenía todo listo y me ayudó a recostarla en la camilla. La agarré fuertemente de la mano, no estaba sola. La doctora empezó a darle indicaciones, y ella comenzaba a sudar y respirar agitadamente. Empujar le decía, eso era fácil, pero no para ella, estaba muy débil. Ella gritaba, yo presentía que algo no iba bien. Con una mano mantenía mi agarre a la suya y con la otra acaricié su frente sudada para tranquilizarla pero su sudor era frío, sus gritos fueron disminuyendo.

-Paula… - Alcanzó a susurrar antes de desvanecerse.

Grité su nombre, algo no andada bien, ¿qué quería decir con aquel nombre? Las lágrimas empezaron a caer por mi mejilla al ver que no reaccionaba. Miré a la doctora.

- ¿Qué le pasa?

- Esto no va bien. – Su cara había cambiado por completo. – Ha perdido mucha sangre, además durante el embarazo tuvo una hemorragia interna y…

-¿Doctora que quiere decir? – Grité desesperado.

- No podemos salvar las dos vidas. Si intentamos salvar al bebé ella se desangrará y si intentamos salvar a la madre el niño morirá ahogado por la sangre. – Una lágrima descendió por su mejilla ante la impotencia de no poder hacer nada.

- No, no… ¿no podemos hacer nada?. – Ella negó con la cabeza. – La miré que se encontraba inconsciente en la camilla, en un segundo tenía que decidir que viviera ella o nuestro hijo. Cuando por fin era feliz, cuando había encontrado a alguien, cuando iba a formar una familia… - Por favor dime algo!! – Mi llanto era desesperado, no podía dejar morir a la mujer que quería pero tampoco a nuestro hijo. Cerré por un momento los ojos y recordé aquellas palabras: “Te quiero”. – Sálvelo, el bebé.- No sabía si hacia lo correcto o no. La doctora intentó salvar al niño y yo me aferré fuertemente sin dejar de llorar al cuerpo de aquella mujer que me había hecho tan feliz. 

El llanto no cesaba, pero fue interrumpido por aquel bebé que se había quedado sin madre. Ni siquiera levanté la cabeza, seguía aferrado a ella. 

- … ha sido una niña.

-Déjeme!! – Grité.- Quiero estar a solas con ella. – La doctora lo comprendió y salió llevándose la niña recién nacida. – Has oído, ha sido niña, como tú querías, como los dos queríamos. – Susurré al cuerpo sin vida. – No puedes dejarme… - Una lágrima resbaló por mi rostro cayendo finalmente sobre su cuerpo. – Te quiero.

Me levanté, aparté su pelo y besé su frente. Estaba fría, había sufrido en los últimos días pero una sonrisa seguía formada en sus labios. Las lágrimas volvieron a caer por mis ojos y salí de allí. En el pasillo, la gente pasaba ajena a mi dolor, a lo que acababa de ocurrir, a lo que acababa de perder. ¿Por qué nunca le dije que desde el primer día sabia que me iba a enamorar de ella? ¿Por qué no le dije tantas cosas que hoy pasaban por mi cabeza?

La niña. Todavía no la había visto. ¿Qué clase de padre era?. Conforme me acercaba a la consulta mi corazón palpitaba cada vez más deprisa. Su cuerpo ya no estaba, allí se encontraba la doctora con la niña.

-¿Dónde está?

-Ahora no debes preocuparte por ella. – Dijo acercándose con la niña en brazos.

Cogí en brazos a la niña, era hermosa. Al verla no pude evitar que las lágrimas volvieran a brotar. Nos habíamos quedado solos.

-¿Y cómo la vas a llamar? – Comentó. – Podrías ponerle su nombre, así…

-No. – Dije rotundo. – Ella no quería que se llamara igual. ¿Qué le parece Paula?

Y Paula se llama. Hoy cumple un año, y un año hace que perdí a su madre. No sé si lo estoy haciendo bien como padre pero estoy seguro que ella se sentiría orgullosa de mi. Solo puedo sonreír cuando estoy con Paula. En un año ha crecido tanto… es rubia, idéntica a su madre. Hasta hoy no hay ningún día en el que no le haya hablado de ella. Lo vivido juntos esta ahí, nadie lo borrará jamás pero, sólo es eso, un recuerdo.



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