En un segundo se
puede decidir si morir o vivir, si vive o si muere. En un segundo se juegan las
últimas cartas, en un segundo la vida puede dar un giro sorprendente. Nunca vas
a olvidar ese interminable segundo que se lleva lo más importante en tu vida.
Aun recuerdo cuando
íbamos de la mano por el pasillo en dirección a la consulta. Aquel día
conoceríamos el sexo del bebé. Ella estaba hermosa, con una sonrisa que
iluminaba su rostro, yo en cambio parecía un manojo de nervios, había asistido
con ella a las últimas ecografías pero aquella era diferente, me sudaban las manos
pero no soltaba su mano. Por mi mente pasaban miles de pensamientos. Todavía no
habíamos hablado del nombre, eso era… ¿Cómo la íbamos a llamar? ¿Ella habría
pensado en algo? Me lo habría dicho. Yo intentaba calmarme, todavía no sabíamos
si iba a ser niño o niña, el nombre podía esperar. Ella, que intentaba mantener
firme el anclaje de nuestras manos me miró y sonrió haciendo que me relajara. Me
conocía, sabía que con un solo gesto podía llegar la calma a mí, y así fue.
Ya en la consulta la
doctora nos preguntó si estábamos preparados. Preparados no, ansiosos, pero su
respuesta me sorprendió. ¿Cómo que no quería saberlo? ¿Cuándo lo había
decidido? Intento convencerme de que sería más emotivo saberlo el día del
parto, que más nos daba esperar unos meses más, seria enternecedor esperar, y
me convenció.
Pasaron los días y
reíamos sobre el nombre. Si era niña no quería que se llamara como ella, no le
gustaba que el nombre pasara de madres a hijas. Estaba claro, le gustaba
cualquier nombre menos el suyo. Decidimos que tanto si era niña como si era
niño decidiríamos el nombre en el momento que naciera.
Ya quedaba poco para
que diera a luz, y conforme se aproximaba el parto ella lo pasaba peor, tenía
fuertes dolores pero la doctora aseguraba que eran normales, estaba a días de
dar a luz y su embarazo fue complicado desde los primeros días. Le mandó reposo
absoluto, y yo me aseguraba de que lo cumpliera, algo que no era muy difícil ya
que casi no podía moverse. Yo pasaba las horas junto a ella. Juntos recordamos
los momentos que habíamos vivido juntos. Ella no dejaba de reír y yo disfrutaba
viéndola sonreír, se le notaba que era feliz. Mis recuerdos se encaminaron a la
primera vez que cruzamos una mirada, que duró un segundo, pero en esa mirada se
concentraba todo un mundo, todo un universo. A partir de entonces supe que
sería alguien muy especial para mí. Pero esto no se lo comenté, no quería que
se burlara de mí, aunque sabía que nunca lo haría, ella sabía que era una
persona sensible, todo para mí era ella y mi hijo.
Aquella tarde cuando
por fin se durmió fui a darme una ducha y enseguida me encontraba de vuelta con
ella. Entré en la habitación y la encontré sentada en el suelo con cara de
dolor. Rápidamente me puse a su lado y la ayudé a incorporarse.
-… he roto aguas,
está en camino. – La agarré con fuerza para que no se cayera por lo débil que
se encontraba y entré en el coche para llevarla a la consulta.
El dolor cada vez era
más intenso, lo podía notar en su rostro. La mueca de dolor no desaparecía, aun
así no dejaba de sonreír. Llegando a la consulta me miró.
-Te quiero. –
Susurró.
La besé y sentí como
decía la verdad, se encontraba débil pero tenía la necesidad de decirlo. Había
momentos en los que las palabras sobraban, ambos sabíamos que estábamos
enamorados el uno del otro. Con una mirada nos bastaba, habíamos aprendido a
saber lo que sentía el otro con solo mirarlo. Éramos perfectos el uno para el
otro.
Cuando llegamos a la consulta,
la doctora lo tenía todo listo y me ayudó a recostarla en la camilla. La
agarré fuertemente de la mano, no estaba sola. La doctora empezó a darle
indicaciones, y ella comenzaba a sudar y respirar agitadamente. Empujar le
decía, eso era fácil, pero no para ella, estaba muy débil. Ella gritaba, yo
presentía que algo no iba bien. Con una mano mantenía mi agarre a la suya y con
la otra acaricié su frente sudada para tranquilizarla pero su sudor era frío,
sus gritos fueron disminuyendo.
-Paula… - Alcanzó a
susurrar antes de desvanecerse.
Grité su nombre, algo
no andada bien, ¿qué quería decir con aquel nombre? Las lágrimas empezaron a
caer por mi mejilla al ver que no reaccionaba. Miré a la doctora.
- ¿Qué le pasa?
- Esto no va bien. –
Su cara había cambiado por completo. – Ha perdido mucha sangre, además durante
el embarazo tuvo una hemorragia interna y…
-¿Doctora que quiere
decir? – Grité desesperado.
- No podemos salvar
las dos vidas. Si intentamos salvar al bebé ella se desangrará y si intentamos
salvar a la madre el niño morirá ahogado por la sangre. – Una lágrima descendió
por su mejilla ante la impotencia de no poder hacer nada.
- No, no… ¿no podemos
hacer nada?. – Ella negó con la cabeza. – La miré que se encontraba
inconsciente en la camilla, en un segundo tenía que decidir que viviera ella o
nuestro hijo. Cuando por fin era feliz, cuando había encontrado a alguien,
cuando iba a formar una familia… - Por favor dime algo!! – Mi llanto era
desesperado, no podía dejar morir a la mujer que quería pero tampoco a nuestro
hijo. Cerré por un momento los ojos y recordé aquellas palabras: “Te quiero”. –
Sálvelo, el bebé.- No sabía si hacia lo correcto o no. La doctora intentó
salvar al niño y yo me aferré fuertemente sin dejar de llorar al cuerpo de
aquella mujer que me había hecho tan feliz.
El llanto no cesaba,
pero fue interrumpido por aquel bebé que se había quedado sin madre. Ni
siquiera levanté la cabeza, seguía aferrado a ella.
- … ha sido una niña.
-Déjeme!! – Grité.-
Quiero estar a solas con ella. – La doctora lo comprendió y salió llevándose la
niña recién nacida. – Has oído, ha sido niña, como tú querías, como los dos
queríamos. – Susurré al cuerpo sin vida. – No puedes dejarme… - Una lágrima
resbaló por mi rostro cayendo finalmente sobre su cuerpo. – Te quiero.
Me levanté, aparté su
pelo y besé su frente. Estaba fría, había sufrido en los últimos días pero una
sonrisa seguía formada en sus labios. Las lágrimas volvieron a caer por mis
ojos y salí de allí. En el pasillo, la gente pasaba ajena a mi dolor, a lo que
acababa de ocurrir, a lo que acababa de perder. ¿Por qué nunca le dije que desde
el primer día sabia que me iba a enamorar de ella? ¿Por qué no le dije tantas
cosas que hoy pasaban por mi cabeza?
La niña. Todavía no
la había visto. ¿Qué clase de padre era?. Conforme me acercaba a la consulta mi
corazón palpitaba cada vez más deprisa. Su cuerpo ya no estaba, allí se
encontraba la doctora con la niña.
-¿Dónde está?
-Ahora no debes
preocuparte por ella. – Dijo acercándose con la niña en brazos.
Cogí en brazos a la
niña, era hermosa. Al verla no pude evitar que las lágrimas volvieran a brotar.
Nos habíamos quedado solos.
-¿Y cómo la vas a
llamar? – Comentó. – Podrías ponerle su nombre, así…
-No. – Dije rotundo.
– Ella no quería que se llamara igual. ¿Qué le parece Paula?
Y Paula se llama. Hoy
cumple un año, y un año hace que perdí a su madre. No sé si lo estoy haciendo
bien como padre pero estoy seguro que ella se sentiría orgullosa de mi. Solo
puedo sonreír cuando estoy con Paula. En un año ha crecido tanto… es rubia, idéntica
a su madre. Hasta hoy no hay ningún día en el que no le haya hablado de ella.
Lo vivido juntos esta ahí, nadie lo borrará jamás pero, sólo es eso, un
recuerdo.
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