“Un
amigo fiel es la medicina de la vida.”
Era
la tercera vez que terminaba una cajetilla después de haber dicho que dejaba de
fumar. Y allí estaba, apoyado en la barandilla, vestido de esmoquin y con un
cigarrillo en la mano. En el bolsillo derecho del pantalón el teléfono móvil
vibraba. Pensaba que nadie se daría cuenta de su ausencia pero era el mejor
amigo del novio. Seguramente era este quien lo llamaba. No podía contestar, no
ha él. Si lo veía antes de la boda estaría tentado a contarle la verdad, todo
lo ocurrido. Y no podía hacerle eso, no a su mejor amigo pero ya se lo había
hecho... Le había fallado. Él, que se llenaba la boca diciendo que era un buen
amigo, él que no soportaba la mentira, el engaño. Él que no soportaba ver
sufrir a las personas que más quería, lo había hecho, había fallado como amigo,
como persona.
Y es
que estaba enamorado. Enamorado de la mujer que estaba a las puertas de la
iglesia esperando para dar el si quiero. No podía soportar verla casarse con
otro, no podía y menos sabiendo lo que había ocurrido la noche anterior.
Habían
mantenido su historia en secreto, él se moría por contarlo, la quería y no le
importaba que el resto lo supiera pero ella quería mantenerlo en secreto al
menos por el momento. No sabia porque, pero si ella así lo quería, así seria. No
se lo diría a nadie, y a nadie también incluía a su mejor amigo.
Pasaron
unas semanas hasta que su amigo le presentó a su nueva novia. En ese instante
notó como dejaba de respirar, como su sangre se detenía, no llegaba a su
cerebro. No, no podía ser cierto, no podía ser la misma mujer. La mujer que
amaba estaba en manos de otro, y ese otro era su mejor amigo. Por fin la sangre
irrigó su cerebro y lo comprendió, de ahí mantenerlo en secreto. ¿Se había
estado viendo con los dos? ¿Por qué? ¿Cuándo se habían conocido? ¿Era verdad?
Sus
amigos le contaron sus planes de boda, la maravillosa casa que se comprarían,
los niños que iban a tener… “La mujer de mi vida” le había afirmado su amigo
una vez se quedaron a solas. No lo podía creer, esos mismos planes que había hecho
con ella, los iba a realizar con otro hombre. Ahora serian otras manos las que
la tocaran, la acariciaran, las que recorrieran la piel que perfectamente él ya
conocía… Se estremeció al recordar la
suavidad de su piel. Su olor. Pero su amigo no se percató, seguía hablando de
lo maravillosa que ella era.
Esa
noche su vida cambio. No volvería ser el mismo. A partir de esa noche dejó de
llamarla, de buscarla, de responder sus llamadas. Era una historia de dos, y
claramente el no era uno de ellos.
Era
la noche previa a la boda. A la mañana siguiente todo habría acabado, ¿o empezaría?
Había decidido dejar de fumar pero sin saber porque se encontraba dejando una
cajetilla sobre la mesa del salón. Había caído y no seria en lo único que
caería esa noche. En una mano sostenía un cigarrillo y en la otra la cuarta
copa de whisky de la noche cuando llamaron a la puerta. Al principio pensó en
no abrir. ¿Para qué? No quería hablar con nadie, para ello había desconectado
el teléfono. No quería ver a nadie, no aquella noche, quería estar solo.
Debía
ser importante, no dejaban de tocar a la puerta. Furioso se levantó del sofá
dejó la copa sobre el posavasos de la mesa y apagó el cigarrillo en el cenicero
de metal. Abrió la puerta y allí estaba ella, en la puerta, esperanzada porque
la puerta se abriera, y así fue, pero él no se sorprendió, había aprendido que
todo podía pasar y cuando menos lo esperaba. La tenia antes sus ojos. Sin
pensar la agarró por la cintura pegándola a él y la besó.
Todo
pasó muy rápido, o así lo recordaba. El alcohol había borrado partes pero
prácticamente recordaba todo lo ocurrido la noche anterior. Pero no podía
echarle la culpa al alcohol, no hoy, todo era culpa de él, había fallado a su
amigo. Había cometido uno de los mayores errores de su vida. El que no se
perdonaría jamás.
El
dolor de cabeza aquella mañana era el menor de sus problemas. Se moría por
dentro, había fallado a su gran amigo, y la mujer de su vida estaba a punto de
casarse.
Su
teléfono dejó se vibrar. Las campanas empezaron a revoltear. Estaba todo
perdido. Terminó por comprobar que la cajetilla estaba vacía cuando alguien
vestido de riguroso blanco se colocó a su lado.
- ¿No
deberías estar avanzando hacia el altar? – Dijo sin mirarla con un tono de voz apagado.
-
Quería saber como estabas y no me contestabas el
teléfono. – Bajó la mirada pero se volvió para mirarlo y posar su mano sobre la
suya. - ¿Cómo… como estas?
Miró
su mano y comprendió que todo acaba de comenzar.
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