martes, 27 de agosto de 2013

Aquel error.


“Un amigo fiel es la medicina de la vida.”

Era la tercera vez que terminaba una cajetilla después de haber dicho que dejaba de fumar. Y allí estaba, apoyado en la barandilla, vestido de esmoquin y con un cigarrillo en la mano. En el bolsillo derecho del pantalón el teléfono móvil vibraba. Pensaba que nadie se daría cuenta de su ausencia pero era el mejor amigo del novio. Seguramente era este quien lo llamaba. No podía contestar, no ha él. Si lo veía antes de la boda estaría tentado a contarle la verdad, todo lo ocurrido. Y no podía hacerle eso, no a su mejor amigo pero ya se lo había hecho... Le había fallado. Él, que se llenaba la boca diciendo que era un buen amigo, él que no soportaba la mentira, el engaño. Él que no soportaba ver sufrir a las personas que más quería, lo había hecho, había fallado como amigo, como persona.

Y es que estaba enamorado. Enamorado de la mujer que estaba a las puertas de la iglesia esperando para dar el si quiero. No podía soportar verla casarse con otro, no podía y menos sabiendo lo que había ocurrido la noche anterior.

Habían mantenido su historia en secreto, él se moría por contarlo, la quería y no le importaba que el resto lo supiera pero ella quería mantenerlo en secreto al menos por el momento. No sabia porque, pero si ella así lo quería, así seria. No se lo diría a nadie, y a nadie también incluía a su mejor amigo.

Pasaron unas semanas hasta que su amigo le presentó a su nueva novia. En ese instante notó como dejaba de respirar, como su sangre se detenía, no llegaba a su cerebro. No, no podía ser cierto, no podía ser la misma mujer. La mujer que amaba estaba en manos de otro, y ese otro era su mejor amigo. Por fin la sangre irrigó su cerebro y lo comprendió, de ahí mantenerlo en secreto. ¿Se había estado viendo con los dos? ¿Por qué? ¿Cuándo se habían conocido? ¿Era verdad?

Sus amigos le contaron sus planes de boda, la maravillosa casa que se comprarían, los niños que iban a tener… “La mujer de mi vida” le había afirmado su amigo una vez se quedaron a solas. No lo podía creer, esos mismos planes que había hecho con ella, los iba a realizar con otro hombre. Ahora serian otras manos las que la tocaran, la acariciaran, las que recorrieran la piel que perfectamente él ya conocía…  Se estremeció al recordar la suavidad de su piel. Su olor. Pero su amigo no se percató, seguía hablando de lo maravillosa que ella era.

Esa noche su vida cambio. No volvería ser el mismo. A partir de esa noche dejó de llamarla, de buscarla, de responder sus llamadas. Era una historia de dos, y claramente el no era uno de ellos.

Era la noche previa a la boda. A la mañana siguiente todo habría acabado, ¿o empezaría? Había decidido dejar de fumar pero sin saber porque se encontraba dejando una cajetilla sobre la mesa del salón. Había caído y no seria en lo único que caería esa noche. En una mano sostenía un cigarrillo y en la otra la cuarta copa de whisky de la noche cuando llamaron a la puerta. Al principio pensó en no abrir. ¿Para qué? No quería hablar con nadie, para ello había desconectado el teléfono. No quería ver a nadie, no aquella noche, quería estar solo.

Debía ser importante, no dejaban de tocar a la puerta. Furioso se levantó del sofá dejó la copa sobre el posavasos de la mesa y apagó el cigarrillo en el cenicero de metal. Abrió la puerta y allí estaba ella, en la puerta, esperanzada porque la puerta se abriera, y así fue, pero él no se sorprendió, había aprendido que todo podía pasar y cuando menos lo esperaba. La tenia antes sus ojos. Sin pensar la agarró por la cintura pegándola a él y la besó.

Todo pasó muy rápido, o así lo recordaba. El alcohol había borrado partes pero prácticamente recordaba todo lo ocurrido la noche anterior. Pero no podía echarle la culpa al alcohol, no hoy, todo era culpa de él, había fallado a su amigo. Había cometido uno de los mayores errores de su vida. El que no se perdonaría jamás.

El dolor de cabeza aquella mañana era el menor de sus problemas. Se moría por dentro, había fallado a su gran amigo, y la mujer de su vida estaba a punto de casarse.

Su teléfono dejó se vibrar. Las campanas empezaron a revoltear. Estaba todo perdido. Terminó por comprobar que la cajetilla estaba vacía cuando alguien vestido de riguroso blanco se colocó a su lado.

-       ¿No deberías estar avanzando hacia el altar? – Dijo sin mirarla con un tono de voz apagado.

-       Quería saber como estabas y no me contestabas el teléfono. – Bajó la mirada pero se volvió para mirarlo y posar su mano sobre la suya. - ¿Cómo… como estas?

Miró su mano y comprendió que todo acaba de comenzar.




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