-Hola – Se dio la vuelta sorprendida. – No esperaba
verte aquí. – Dijo sincera.
-Y… ¿qué tal? – Preguntó nervioso.
-Bien. Genial.
-¿Por donde estás sentada?
-Emm… - Dudó un momento y luego contestó – Allí,
donde está el chico de camisa de cuadros – Respondió señalando a un chico que
estaba de espaldas a ellos.
-Yo estoy aquí mismo…. Estoy con…
-Ya – Dijo tajante antes de que la nombrara.
-Bueno.. veo que estás con alguien.
-Creo que es algo que no te interesa.
-Sara…
-No, mira, te has acercado y saludado. Has sido
amable y educado. No intentes ir más allá.
-Debo… debería darte… una explicación. – Dijo
mirando al suelo.
-¿Ahora? ¿Después de un año y medio? Llegas
tarde, además de que no tengo nada que escuchar. Pero tu si, me trataste de
loca, de histérica y me llamaste vengativa, para luego decirme que aunque yo no
lo viera tenia en vosotros dos amigos, verlo no lo he visto pero serlo tampoco
lo habéis sido. Pensé que serias más hombre. – Se dio la vuelta pero lo pensó
mejor y se volvió de nuevo hacia él. – Y si quieres un consejo de “amiga”, esa
barba te hace parecer… mayor.
-Pensaba que no te importaba la edad.
-Y no me importaba, hasta que me di cuenta de que
tu edad y la de tu cerebro no se corresponden, ya que esta no llega a ser ni la
mitad de la mía.
-Es tu amiga, tienes que decírselo.
-Pero es que…
-Al final se va a enterar y se enfadara si no se
entera por ti. Tienes que hablar con ella.
–¿No quieres o no puedes? Porque son dos cosas
distintas. – Estalló dejando los cubiertos a un lado del plato. – Estoy cansada
de que interpongas el trabajo a mi, pensé que seria un tiempo, que estabas preocupado
y que todo volvería a ser igual. Pero me equivoqué. – Hizo una pausa para
mirarlo que estaba mirándola como si no entendiera lo que le decía. – Ahora que
has conseguido el trabajo sigues manteniéndome a un lado. Solo te acercas a mi
cuando me necesitas. YO siempre he estado ahí apoyándote pero… ¿dónde estas tu
cuando te necesito? – Se levantó de la mesa para continuar. – Así que coge tus
cosas y vete porque ahora soy yo la que no quiero que te quedes.
Salió del comedor y subió las escaleras corriendo para
encerrarse en la habitación. Sabia que él subiría tras ella. Y así fue. No se
equivocó.
–Marie… - Susurró asomando la cabeza por la
puerta.
–No, te lo he dicho bien claro. Estoy cansada. Un
día me dijiste que no querías hacerme daño y es justo lo que estas haciendo. No
lo aguanto. Supongo que en el fondo lo sabia y me adapté pero no es justo. No
para mi.
Salió de allí, dejándolo por segunda vez solo aquella tarde.
Salió de la casa, necesitaba aire fresco pero esta vez él no la siguió. Ella
tenia la necesidad de que fuera tras ella pero no era lo que quería. Si la
siguiera siempre dependería de él, y era justo lo que no quería.
-¿En que piensas?
-En nada. Bueno, en todo. En que no quiero
hacerte daño.
Era
la tercera vez que terminaba una cajetilla después de haber dicho que dejaba de
fumar. Y allí estaba, apoyado en la barandilla, vestido de esmoquin y con un
cigarrillo en la mano. En el bolsillo derecho del pantalón el teléfono móvil
vibraba. Pensaba que nadie se daría cuenta de su ausencia pero era el mejor
amigo del novio. Seguramente era este quien lo llamaba. No podía contestar, no
ha él. Si lo veía antes de la boda estaría tentado a contarle la verdad, todo
lo ocurrido. Y no podía hacerle eso, no a su mejor amigo pero ya se lo había
hecho... Le había fallado. Él, que se llenaba la boca diciendo que era un buen
amigo, él que no soportaba la mentira, el engaño. Él que no soportaba ver
sufrir a las personas que más quería, lo había hecho, había fallado como amigo,
como persona.
Y es
que estaba enamorado. Enamorado de la mujer que estaba a las puertas de la
iglesia esperando para dar el si quiero. No podía soportar verla casarse con
otro, no podía y menos sabiendo lo que había ocurrido la noche anterior.
Habían
mantenido su historia en secreto, él se moría por contarlo, la quería y no le
importaba que el resto lo supiera pero ella quería mantenerlo en secreto al
menos por el momento. No sabia porque, pero si ella así lo quería, así seria. No
se lo diría a nadie, y a nadie también incluía a su mejor amigo.
Pasaron
unas semanas hasta que su amigo le presentó a su nueva novia. En ese instante
notó como dejaba de respirar, como su sangre se detenía, no llegaba a su
cerebro. No, no podía ser cierto, no podía ser la misma mujer. La mujer que
amaba estaba en manos de otro, y ese otro era su mejor amigo. Por fin la sangre
irrigó su cerebro y lo comprendió, de ahí mantenerlo en secreto. ¿Se había
estado viendo con los dos? ¿Por qué? ¿Cuándo se habían conocido? ¿Era verdad?
Sus
amigos le contaron sus planes de boda, la maravillosa casa que se comprarían,
los niños que iban a tener… “La mujer de mi vida” le había afirmado su amigo
una vez se quedaron a solas. No lo podía creer, esos mismos planes que había hecho
con ella, los iba a realizar con otro hombre. Ahora serian otras manos las que
la tocaran, la acariciaran, las que recorrieran la piel que perfectamente él ya
conocía… Se estremeció al recordar la
suavidad de su piel. Su olor. Pero su amigo no se percató, seguía hablando de
lo maravillosa que ella era.
Esa
noche su vida cambio. No volvería ser el mismo. A partir de esa noche dejó de
llamarla, de buscarla, de responder sus llamadas. Era una historia de dos, y
claramente el no era uno de ellos.
Era
la noche previa a la boda. A la mañana siguiente todo habría acabado, ¿o empezaría?
Había decidido dejar de fumar pero sin saber porque se encontraba dejando una
cajetilla sobre la mesa del salón. Había caído y no seria en lo único que
caería esa noche. En una mano sostenía un cigarrillo y en la otra la cuarta
copa de whisky de la noche cuando llamaron a la puerta. Al principio pensó en
no abrir. ¿Para qué? No quería hablar con nadie, para ello había desconectado
el teléfono. No quería ver a nadie, no aquella noche, quería estar solo.
Debía
ser importante, no dejaban de tocar a la puerta. Furioso se levantó del sofá
dejó la copa sobre el posavasos de la mesa y apagó el cigarrillo en el cenicero
de metal. Abrió la puerta y allí estaba ella, en la puerta, esperanzada porque
la puerta se abriera, y así fue, pero él no se sorprendió, había aprendido que
todo podía pasar y cuando menos lo esperaba. La tenia antes sus ojos. Sin
pensar la agarró por la cintura pegándola a él y la besó.
Todo
pasó muy rápido, o así lo recordaba. El alcohol había borrado partes pero
prácticamente recordaba todo lo ocurrido la noche anterior. Pero no podía
echarle la culpa al alcohol, no hoy, todo era culpa de él, había fallado a su
amigo. Había cometido uno de los mayores errores de su vida. El que no se
perdonaría jamás.
El
dolor de cabeza aquella mañana era el menor de sus problemas. Se moría por
dentro, había fallado a su gran amigo, y la mujer de su vida estaba a punto de
casarse.
Su
teléfono dejó se vibrar. Las campanas empezaron a revoltear. Estaba todo
perdido. Terminó por comprobar que la cajetilla estaba vacía cuando alguien
vestido de riguroso blanco se colocó a su lado.
-¿No
deberías estar avanzando hacia el altar? – Dijo sin mirarla con un tono de voz apagado.
-Quería saber como estabas y no me contestabas el
teléfono. – Bajó la mirada pero se volvió para mirarlo y posar su mano sobre la
suya. - ¿Cómo… como estas?
Miró
su mano y comprendió que todo acaba de comenzar.
Hay veces en las que no sabemos como explicar los sueños,
por muy reales que parezcan no tienen cabida en nuestra propia realidad.
Me
desperté jadeando, empapada en sudor, miré el reloj y marcaban las 5.10. No
había pasado ni una hora desde que me había dormido, todo parecía un sueño
pero esta vez era real, era de verdad. No encontraba razón para que esto
ocurriera, no a mi. ¿Qué había ocurrido? ¿Qué nos había pasado? Quizá fueran
preguntas que para mi no tenían respuesta pero si la tenían, estaba ahí, frente
a mis ojos pero yo no la encontraba, no la quería ver. Quizá tenia miedo a
descubrir que la respuesta a la pregunta era yo, que todo había sido culpa mía,
que yo lo estropeé. Tenia que preguntarlo, hacer la pregunta correcta aunque la
respuesta no me gustara.
Algo
había pasado en las ultimas semanas, lo sabia, se lo notaba. Esa mañana me desperté
dispuesta a encontrar la verdad. Me levanté a la hora habitual, tome un rápido
desayuno y me abrigué para salir a la calle. No tenia tiempo que perder. Fui al
edificio donde trabajaba, en el parque de la misma calle busqué un lugar donde
sentarme y poder ver la puerta principal del edificio sin ser vista. Sabia que
faltaba una hora para el almuerzo, y él siempre salía a almorzar conmigo, hasta
estas ultimas semanas. ¿Qué había cambiado?
Me
cansé de esperar, allí no ocurrirá nada extraño, no lo había visto salir. Quizá
no salía a almorzar, quizá demasiado trabajo, lo que también explicaría porque
llegaba a casa tan cansado. Necesitaba autoconvencerme de que toda estaba bien,
necesitaba encontrar una explicación coherente. Cuando iba a levantarme de mi
asiento improvisado algo hizo detenerme. No muy lejos de allí pude ver la
silueta de dos personas que escuché hablar animadamente, lo que despertó mi
curiosidad. Pronto, las voces se me hicieron familiares, lo que hizo despertar
más mi curiosidad.
Esperé detrás de un árbol para no ser descubierta y pude observar con el alma
en un vilo como aquella mujer empezaba a acercarse disimuladamente hacía él
fingiendo que tropezaba para sujetarse a su chaqueta y pegar su cuerpo al de
él. Pero él no parecía percatarse de sus intenciones y solo se dedicaba a
sujetarla para evitar que se cayera, sus brazos y sus manos estaban tocando a
otra, no realmente en el sentido morboso de la palabra, pero la estaba tocando.
Reprimí soltar un suspiro y me tragué las ganas de querer gritar que se
separaran en ese mismo instante. No debía de detener esa escena, primero porque
me verían espiarlos, segundo porque aunque me doliera tenia que descubrir la
verdad.
Me mordí el labio nerviosa, sentí un enorme nudo en la garganta que me impedía
respirar con normalidad. Miré como aquella mujer movía sus labios hablando pero
no lograba escucharla, ambos parecían tener una conversación amena y de vez en
cuando sus labios dibujaban una sonrisa.
Detuve la respiración cuando la mujer de largas piernas, claramente más alta y
esbelta que yo, en una patética actuación simuló temblar de frío para que él la
abrazara. Y lo hizo, la abrazó, para darle calor. Apreté los dientes pero solo
conseguí que chocaran una y otra vez entre ellos, castañeando sin cesar.
—Es mío, zorra. —hablé entre dientes. Debía de estar abrazándome a mí y no a
ella. No era justo. ¿Qué tenía ella que yo no? Descaro, eso estaba claro.
En
un segundo, la mujer de largas piernas lo cogió por la nuca y lo acercó a su
rostro con brusquedad y desesperación. Mis ojos se cerraron automáticamente
como modo de supervivencia pero me obligué a abrirlos al mismo instante que los
cerré.
Contemplé como se besaban apasionadamente, al punto de que casi sus lenguas
formaban un nudo y sus cuerpos parecían uno solo…
Con lágrimas en los ojos cerré la puerta y empecé a gritar como una
adolescente. Me había dicho que me quería, y yo había presenciado como besaba a
otra mujer. Mentiroso.
Mis músculos se tensaron, podía sentir las pulsaciones de mi corazón retumbando
en mis oídos y la aceleración de mi respiración. Me tenía que contener para no
gritar que era un tonto y un desequilibrado. Solo había una cosa que podía
hacer.
Cuando
el llegó a casa yo ya había terminado de recoger todas mis cosas. Me iba, no
tenia nada que hacer allí, no a su lado. Él había encontrado a otra mujer y me
había dejado seguir creyendo que yo era la única para él. No había más cabida
para más engaños. Cuando entró al salón y me vio sentada en el sillón con una
maleta al lado no se sorprendió.
- ¿Cuándo
lo has averiguado? – Dijo con un tono de voz esperanzador, como si hiciera días
que lo estuviera esperando.
- ¿Importa
eso ahora? – Dije levantándome intentado mantener la calma sin que se notara
que estaba temblando. - ¿Cuánto tiempo llevas engañándome? ¿Mintiéndome? –
Continué alzando la voz. Intentaba controlarme pero no podía. Tenía que salir
de allí. – Creo que es algo que tenias que haberme contado tu, y no dejar que
yo lo descubriera.
Cogí
la maleta y salí de allí, dentro de la casa el ambiente era sofocante. Una vez
en la calle suspiré, note como mis pulmones se llenaban de aire, volví a
respirar. ¿Cuánto tiempo llevaba aguantando la respiración? Supongo que
esperaba que fuera tras de mi, que me buscara, que me dijera que todo era un
sueño, un estúpido sueño que parecía muy real, que nada había cambiado entre
nosotros, que me seguía queriendo como el primer día... Quizá esa era la
cuestión, que ni el primer día me quiso. ¿Cuándo empezaron las mentiras?
Imposible saberlo, sabia mentir muy bien.
Caminaba
por las calles una helada tarde de febrero, todo había acabado, tenía que volver
a casa, a mi casa. Busqué en el bolso con la esperanza de no haber olvidado las
llaves de mi apartamento. Esa era mi casa, de la que no tenia que haber salido
jamás. Era un apartamento sencillo, para mi sola bastaba, bien situado en el
centro y con un alquiler que podía permitirme. Pero cada vez eran menos noches
las que dormía allí, prácticamente ya no lo hacia, pero ahora, había vuelto a
casa.
Eran
las 3 de la madrugada y seguía despierta no dejaba de pensar en lo ocurrido
aquella mañana. Lo que había descubierto, y ni siquiera me había llamado. Nada.
Ningún interés por su parte en saber como estaba, en preocuparse por mi,en que volviera.
Echaría
de menos las veces que me robaba un beso, cada abrazo que me daba, echaría de
menos cuando me decía que no me iba a dejar escapar por una tontería mía,
cuando me decías que si no lo intentábamos nunca íbamos a saber que pasaría…
ahora lo sabemos, nada ha salido bien. Y como le dije, soy yo la que lo está
pasando mal, pero no quiso escucharme, prefirió callarme con un te quiero. Hoy
parece que no recuerda nada, y sabia que esto pasaría.
Las
5.10, no había dormido ni una hora y ya estaba pensando otra vez en él. Notaba
la garganta seca y tenía un fuerte dolor de cabeza. Mi mente estaba apagada y
por mucho que quisiera nunca llegaba la respuesta, tal vez ya me había cansado
de pelear. El próximo paso era olvidarlo. Si el no quería saber nada de mi… ¿por
qué tenia que saber yo de él? Esta historia había llegado a su fin, o ya había
terminado hacia tiempo pero hasta ahora no me había dado cuenta. Fuera como
fuese, no me iba a echar la culpa.
Como
dijo el filosofo Johann Wolfgang von Goethe, "El amor es el único juego
que pierdes, simplemente por rehusarte a jugarlo." Y yo me había cansado
de jugar a ese juego.
En un segundo se
puede decidir si morir o vivir, si vive o si muere. En un segundo se juegan las
últimas cartas, en un segundo la vida puede dar un giro sorprendente. Nunca vas
a olvidar ese interminable segundo que se lleva lo más importante en tu vida.
Aun recuerdo cuando
íbamos de la mano por el pasillo en dirección a la consulta. Aquel día
conoceríamos el sexo del bebé. Ella estaba hermosa, con una sonrisa que
iluminaba su rostro, yo en cambio parecía un manojo de nervios, había asistido
con ella a las últimas ecografías pero aquella era diferente, me sudaban las manos
pero no soltaba su mano. Por mi mente pasaban miles de pensamientos. Todavía no
habíamos hablado del nombre, eso era… ¿Cómo la íbamos a llamar? ¿Ella habría
pensado en algo? Me lo habría dicho. Yo intentaba calmarme, todavía no sabíamos
si iba a ser niño o niña, el nombre podía esperar. Ella, que intentaba mantener
firme el anclaje de nuestras manos me miró y sonrió haciendo que me relajara. Me
conocía, sabía que con un solo gesto podía llegar la calma a mí, y así fue.
Ya en la consulta la
doctora nos preguntó si estábamos preparados. Preparados no, ansiosos, pero su
respuesta me sorprendió. ¿Cómo que no quería saberlo? ¿Cuándo lo había
decidido? Intento convencerme de que sería más emotivo saberlo el día del
parto, que más nos daba esperar unos meses más, seria enternecedor esperar, y
me convenció.
Pasaron los días y
reíamos sobre el nombre. Si era niña no quería que se llamara como ella, no le
gustaba que el nombre pasara de madres a hijas. Estaba claro, le gustaba
cualquier nombre menos el suyo. Decidimos que tanto si era niña como si era
niño decidiríamos el nombre en el momento que naciera.
Ya quedaba poco para
que diera a luz, y conforme se aproximaba el parto ella lo pasaba peor, tenía
fuertes dolores pero la doctora aseguraba que eran normales, estaba a días de
dar a luz y su embarazo fue complicado desde los primeros días. Le mandó reposo
absoluto, y yo me aseguraba de que lo cumpliera, algo que no era muy difícil ya
que casi no podía moverse. Yo pasaba las horas junto a ella. Juntos recordamos
los momentos que habíamos vivido juntos. Ella no dejaba de reír y yo disfrutaba
viéndola sonreír, se le notaba que era feliz. Mis recuerdos se encaminaron a la
primera vez que cruzamos una mirada, que duró un segundo, pero en esa mirada se
concentraba todo un mundo, todo un universo. A partir de entonces supe que
sería alguien muy especial para mí. Pero esto no se lo comenté, no quería que
se burlara de mí, aunque sabía que nunca lo haría, ella sabía que era una
persona sensible, todo para mí era ella y mi hijo.
Aquella tarde cuando
por fin se durmió fui a darme una ducha y enseguida me encontraba de vuelta con
ella. Entré en la habitación y la encontré sentada en el suelo con cara de
dolor. Rápidamente me puse a su lado y la ayudé a incorporarse.
-… he roto aguas,
está en camino. – La agarré con fuerza para que no se cayera por lo débil que
se encontraba y entré en el coche para llevarla a la consulta.
El dolor cada vez era
más intenso, lo podía notar en su rostro. La mueca de dolor no desaparecía, aun
así no dejaba de sonreír. Llegando a la consulta me miró.
-Te quiero. –
Susurró.
La besé y sentí como
decía la verdad, se encontraba débil pero tenía la necesidad de decirlo. Había
momentos en los que las palabras sobraban, ambos sabíamos que estábamos
enamorados el uno del otro. Con una mirada nos bastaba, habíamos aprendido a
saber lo que sentía el otro con solo mirarlo. Éramos perfectos el uno para el
otro.
Cuando llegamos a la consulta,
la doctora lo tenía todo listo y me ayudó a recostarla en la camilla. La
agarré fuertemente de la mano, no estaba sola. La doctora empezó a darle
indicaciones, y ella comenzaba a sudar y respirar agitadamente. Empujar le
decía, eso era fácil, pero no para ella, estaba muy débil. Ella gritaba, yo
presentía que algo no iba bien. Con una mano mantenía mi agarre a la suya y con
la otra acaricié su frente sudada para tranquilizarla pero su sudor era frío,
sus gritos fueron disminuyendo.
-Paula… - Alcanzó a
susurrar antes de desvanecerse.
Grité su nombre, algo
no andada bien, ¿qué quería decir con aquel nombre? Las lágrimas empezaron a
caer por mi mejilla al ver que no reaccionaba. Miré a la doctora.
- ¿Qué le pasa?
- Esto no va bien. –
Su cara había cambiado por completo. – Ha perdido mucha sangre, además durante
el embarazo tuvo una hemorragia interna y…
-¿Doctora que quiere
decir? – Grité desesperado.
- No podemos salvar
las dos vidas. Si intentamos salvar al bebé ella se desangrará y si intentamos
salvar a la madre el niño morirá ahogado por la sangre. – Una lágrima descendió
por su mejilla ante la impotencia de no poder hacer nada.
- No, no… ¿no podemos
hacer nada?. – Ella negó con la cabeza. – La miré que se encontraba
inconsciente en la camilla, en un segundo tenía que decidir que viviera ella o
nuestro hijo. Cuando por fin era feliz, cuando había encontrado a alguien,
cuando iba a formar una familia… - Por favor dime algo!! – Mi llanto era
desesperado, no podía dejar morir a la mujer que quería pero tampoco a nuestro
hijo. Cerré por un momento los ojos y recordé aquellas palabras: “Te quiero”. –
Sálvelo, el bebé.- No sabía si hacia lo correcto o no. La doctora intentó
salvar al niño y yo me aferré fuertemente sin dejar de llorar al cuerpo de
aquella mujer que me había hecho tan feliz.
El llanto no cesaba,
pero fue interrumpido por aquel bebé que se había quedado sin madre. Ni
siquiera levanté la cabeza, seguía aferrado a ella.
- … ha sido una niña.
-Déjeme!! – Grité.-
Quiero estar a solas con ella. – La doctora lo comprendió y salió llevándose la
niña recién nacida. – Has oído, ha sido niña, como tú querías, como los dos
queríamos. – Susurré al cuerpo sin vida. – No puedes dejarme… - Una lágrima
resbaló por mi rostro cayendo finalmente sobre su cuerpo. – Te quiero.
Me levanté, aparté su
pelo y besé su frente. Estaba fría, había sufrido en los últimos días pero una
sonrisa seguía formada en sus labios. Las lágrimas volvieron a caer por mis
ojos y salí de allí. En el pasillo, la gente pasaba ajena a mi dolor, a lo que
acababa de ocurrir, a lo que acababa de perder. ¿Por qué nunca le dije que desde
el primer día sabia que me iba a enamorar de ella? ¿Por qué no le dije tantas
cosas que hoy pasaban por mi cabeza?
La niña. Todavía no
la había visto. ¿Qué clase de padre era?. Conforme me acercaba a la consulta mi
corazón palpitaba cada vez más deprisa. Su cuerpo ya no estaba, allí se
encontraba la doctora con la niña.
-¿Dónde está?
-Ahora no debes
preocuparte por ella. – Dijo acercándose con la niña en brazos.
Cogí en brazos a la
niña, era hermosa. Al verla no pude evitar que las lágrimas volvieran a brotar.
Nos habíamos quedado solos.
-¿Y cómo la vas a
llamar? – Comentó. – Podrías ponerle su nombre, así…
-No. – Dije rotundo.
– Ella no quería que se llamara igual. ¿Qué le parece Paula?
Y Paula se llama. Hoy
cumple un año, y un año hace que perdí a su madre. No sé si lo estoy haciendo
bien como padre pero estoy seguro que ella se sentiría orgullosa de mi. Solo
puedo sonreír cuando estoy con Paula. En un año ha crecido tanto… es rubia, idéntica
a su madre. Hasta hoy no hay ningún día en el que no le haya hablado de ella.
Lo vivido juntos esta ahí, nadie lo borrará jamás pero, sólo es eso, un
recuerdo.