jueves, 19 de septiembre de 2013

No soportar la idea.

Ese instante en el que después de una semana dura te derrumbas, ese instante en el que necesitas gritar, gritarle al mundo, que sepa que nada esté bien a tu alrededor. Ese instante. 

Saber cual es el problema: Soledad. Quizá sea más fácil echarle la culpa a los demás, quizá sea verdad que te agobian, quizá no soportas la idea de que esa persona ya no está, que ya no es posible, que la echaras de menos pero sobre todo no soportas sentirte sola.


lunes, 9 de septiembre de 2013

Miedo y desesperación.


Aquella mañana me desperté desorientada, 3 horas más tarde de lo habitual. Me levanté y miré el reloj confundida, nunca antes me había pasado. Me duché rápidamente, me vestí y salí de mi habitación. Bajé las escaleras que llevaban al comedor. Caminé hasta llegar a la puerta de la cocina, entré y me extrañé. No había nadie. Salí al comedor esperando encontrar a alguien, de nuevo no había nadie, volví a mi habitación, abrí la puerta pero estaba vacía, ni rastro de mi hermana con la que compartía habitación. Me senté en mi cama con la intención de encontrar alguna excusa pero no la encontraba. Observé que el reloj marcaba la misma hora a la que había despertado. Una sensación extraña me invadió. Rápidamente volví al salón, no había nadie. ¿Dónde se encontraban todos? ¿Por qué el reloj marcaba la misma hora? El miedo iba poco a poco apoderándose de mí.

Salí fuera a gran velocidad pero ralenticé mis pasos hasta quedarme quieta, con el miedo, no me había dado cuenta de que no me podía escucharme, mis pasos no producían ningún ruido. Solo existía el sonido de mi voz, lo demás era un profundo silencio. Miré hacia el cielo, las nubes se movían pero yo no sentía el viento. Observé todo a mí alrededor, todo estaba vacío, era un vacío que daba miedo.

Desesperada corrí por la calle esperando encontrar a alguien, alguna explicación. Cansada volví a casa, seguía sin haber nadie. Desesperada volví a recorrer la estancia, el reloj seguía marcando la misma hora, cansada entre en el baño, allí tampoco había nadie. Me senté en el suelo apoyando la espalda contra la puerta y con la manos me tapé la cara con miedo y desesperación. Estuve un rato sentada, intentado no pensar en lo que estaba ocurriendo cuando de pronto oí un pitido que se oía a lo lejos, un pitido intermitente. Sin pensarlo dos veces me levanté y corrí hacia aquel pitido que cada vez se escuchaba más intenso indicando que cada vez estaba más cerca.

Me desperté sudorosa y apague el despertador, todo había sido un sueño. Tan real, había sido tan real, que solo el mero hecho de recordarlo provocó que me estremeciera de manera involuntaria.