domingo, 2 de febrero de 2014

Comederos de coco.


Pues si, últimamente me ha dado por hablar de mi, y no es que lo haga mucho pero siempre se puede contar algo más de una misma.

Nunca me ha gustado hablar de mi, o quizá sea que cuando empiezo ya no paro, y pues más vale no tirarme de la lengua. Pero es que últimamente he estado pensando en ello, y no es que las cosas que me rodean sean un secreto pero siempre he preferido hablar post pregunta, ya que de otra forma no se por donde empezar, y ¿preguntar a los demás? Eso si que se me da fatal.

Todo esto viene a que me dan momentos en que mi mente no tiene ni un respiro y como si en una maratón estuviera los pensamientos corren por mi cabeza. Quizá mi problema sea que hablo lo suficiente para que las personas que me importan se hagan una idea equivocada de mi. Ya lo se de sobra, la gente se equivoca con su primera impresión de mi, y de sobra se también que parte de la culpa es mía. Quizá sea por miedo a que descubran como soy de verdad que suelto cualquier estupidez. Eso es así, una especie de ley de Murphy o algo pero cuanto mejor quiero caer a alguien más patosa me vuelvo. He aprendido a vivir con ello.

Y es que después de 21 añitos una ya conoce de sobra sus virtudes y defectos, siempre ganando estos últimos. Y no son cosas que me hayan preocupado, incluso hoy tampoco lo hacen pero estos días me ha dado por pensar que debería hacer esto mismo, pensar, antes de actuar. Pero en el siguiente instante pienso, ¿actuando así seria actuar a mi manera? Es como entrar en un bucle.

Bueno realmente todo esto viene a raíz de una foto, un foto mía de pequeña. Resulta que buscando el otro día encontré una foto en la que tendría poco más de 6-7 años, no lo sabría decir con certeza. Pero miro la foto y no me veo a mi. Veo a una niña que me devuelve la mirada con sus grandes ojos marrones, con la cara iluminada por su gran sonrisa que deja ver sus pequeños dientes y con una coleta más alta que otra. Pues no me reconozco, pero lo peor de todo es que por mucho que intente no logro recordar esa época. Una época en la que siempre estuviera feliz, en la que ignorante de la vida que sonreía por cualquier cosa, en la que cualquier problema se solucionaba con un “pito pito gorgorito” y una disputa con un “porfiplis”.

A veces pienso, y aquí es donde vuelve a entrar en juego mi mente, que quizá no aproveché lo suficiente esos años. Si el día que me hicieron esa foto me hubieran dicho que crecería tan pronto quizá saldría con la misma sonrisa pero hubiera peinado a mis muñecas el doble de veces, por miedo a perder el tiempo.

Y es que justo ahora es cuanto menos tiempo hay para hacer nada. Porque parece que fue el otro día cuando cumplí los 21 y ya estoy más cerca de los 23, si, 23, esto es porque me niego a cumplir los 22. Porque podréis decir pero si son los dos patitos, los dos números iguales… pues como si quieren ser dos reyes turcos, no me gusta ese número, pero no me gusta como años para mi, llamarme loca pero prefiero cumplir los 23 dos años seguidos.

Y volviendo al tema antes de que me vaya por los cerros de Úbeda, resulta que el otro día dando la vuelta de reconocimiento por varios blog que sigo, leí una entrada que me dio coba para seguir dándole vueltas a mi coco inquieto.

La chica, a punto de cumplir los 26 años, que aunque nunca es tarde, pero con retraso la felicito desde aquí se planteaba una pequeña lista de cosas que hacer en esos cinco días antes de cumplir los 26. Pero no era una lista de cosas cualquiera, era una lista de tonterías adolescentes. Y esto me pareció muy interesante y porque no, muy productivo también.

Seria interesante hacer una lista de cosas estúpidas que hacer antes de los 25. Porque de sobra son conocidas las listas de cosas que hacer antes de los 30 o antes de casarse, pero esta es importante, ya que podemos decir que los 25 son el corte de la adolescencia final, el empujón a la madurez, es el todo o nada. El momento real de madurar y enfrentarte a la vida sin lazos. Es el cuarto de siglo.

Todo por conservar aquella niña de la foto, porque no hay que olvidar al niño que llevamos dentro ya que gracias a él no nos volvemos locos.

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